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mi primer beso



Me hubiera gustado tanto que mi primer beso supiera a cereza. No me refiero al sabor artificial de los labiales que tanto le gusta usar a la gente, sino más bien al chupetín de cereza. Ese sabor dulce y cálido, un poco pegajoso e invasivo. Que, al encontrarse nuestras bocas, nos hubiera dado ganas de quedarnos ahí hasta que lo único que quedara de la cereza fuera el color, en los labios.
Me hubiera gustado que mi primer beso supiera a cereza y comodidad, como esos besos de bienvenida que dicen a gritos “¡te extrañé!” y que el cuerpo va reconociendo a cada segundo que pasa mientras los labios se acarician mutuamente. Quisiera que mi primer beso me hubiera hecho exclamar “ahora sí” interiormente.
Me hubiera gustado que mi primer beso supiera a cereza, comodidad y a bichitos de luz en la panza. Que me sintiera resplandeciente por dentro y que me diera ganas de incendiar  el mundo para comérmelo luego de cenar como postre, pero al mismo tiempo pudiera sentirme cálida y dulce, con la sonrisa de oreja a oreja y el corazón a flor de piel.
Mi primer beso no supo ni a cereza, ni a comodidad y mucho menos a bichitos de luz en la panza, pero quién dijo que se acierta a la primera.

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