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fotos (o una taza de café)

Tengo una foto tuya guardada en mi lata de recortes y cosas que despegué de la pared, pero no quiero tirar. Es una foto hermosa, de las más lindas que saqué. Estás posando con cara de incomodidad; la misma expresión que ponías cada vez que te sacaba una foto. Y es que yo sé que no te gustaba, pero había algo en mi forma de hablarte que hacía que, al final, después de revolear los ojos, te quedaras quieta y me dejaras inmortalizarte con un click.
Así como esta tengo varias capturas de otros momentos. Una de ellas es la foto esa que te saqué en el plaza yendo a ver a Clari, con mi vestido de calaveras y mi sombrero puesto; esa siempre me gustó mucho porque tenías el pelo de un azul eléctrico súper brillante y te estabas riendo con una mano en la cara por un chiste que te acababa de hacer. Me enorgullecía bastante de haber sido capaz de arrancarte una carcajada en el momento justo; y esa parecía ser mi especialidad porque la mayor parte de nuestras fotos son así: yo haciendo una payasada y vos riéndote a tu pesar.
Si hago memoria también un montón de imágenes me invaden. Una foto en la playa, cuando te hice posar frente al mar porque estaba recontra entusiasmada con una cámara que me acababa de comprar. Una tuya acostada con Nanna durmiéndote encima, recién despiertas. Una noche en ocho bis, sentadas en un banco con tu cabeza sobre mi hombro, hecha un bollito, mientras llorabas desconsolada. Una mirada de complicidad en un partido, una junto a la otra, invencibles y fuertes.
Y guardo para mí las bromas internas que ya nunca voy a volver a compartir con nadie. Las madrugadas de verano sentadas en el techo de casa viendo el amanecer hablando sobre un montón de cosas que no volví  hablar con otra persona, sin llegar dejar que el café en la taza se enfriase. Los secretos que te conté y los miedos que pocas personas conocen. Nuestros recitales juntas y las lecturas en voz alta cuando venías a casa, donde siempre terminabas vestida de mí porque fueron pocas las veces que trajiste piyama para quedarte a dormir, pero eso nunca fue una excusa para irte a tu casa.
A esta altura del partido, y sin saber si tiene algún tipo de sentido, sigo manteniendo que tu risa es de mis favoritas en el mundo. Y que nunca me sentí más especial que cuando te abrías conmigo para contarme algo. Estoy convencida de que, si alguna vez tuve algo cercano al amor de mi vida, seguro vos fuiste lo más parecido.
Y me acuerdo de todas estas fotos porque están en mi selección de lujo a la que vuelvo cada vez que siento que el mundo es un lugar horrible; cuando ando un poco desacomodada y necesito la familiaridad de tu voz o de tus chistes. 
Justamente me estoy tomando unos minutos de mi día para venir a escondidas y contarte con lujo de detalle lo mismo de siempre, mientras me decís "a ver esto...vení" para engañarme una vez más y terminar acostada encima de mi pierna; yo me río y pienso que me quiero quedar así para siempre. Sin embargo, solo opto por quedarme callada y acariciarte la cabeza o darte un abrazo como forma de agradecimiento. Sé que no es suficiente, aunque creo que nos entendemos mejor así; la mayoría de las veces no necesitamos hablar siquiera.
Ya me siento en casa otra vez.

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hogar

en días como este entiendo por qué la gente se va de esta ciudad de mierda. entiendo la soledad y el sentimiento de abandono. como si no importara cuántos años pasen la plata nunca te hiciera sentir bienvenidx. me parece hasta berreta lo linda que es en ese intento inútil de impregnarse en tu memoria. como si se diera cuenta de que ninguna estación le sienta del todo mal. en la configuración de mi mente, la plata consiste en un hogar transitorio para todx aquellx que la pise. soy platense de nacimiento y esta ciudad de calles numeradas y grandes arboledas dejó de pertenecerme hace un tiempo. ese el es el problema de escoger a las personas como hogar en lugar del espacio físico en el que naciste: si dejan de existir en tu vida comenzas a vagar por el mundo sin tener realmente a dónde pertenecer.
me costó bastante tiempo aceptar mis propias disculpas. fueron varias tardes buscando lo que creía que me faltaba en el silencio del sol sobre mi piel. y me quemaba un montón. me mordía los labios hasta sangrar antes de aceptar colgarme al cuello algo que no fuera el peso de la responsabilidad por la explosión que me había dejado en pedazos. no podía hablarme en otro tono que no fuera alto y distorsionado, repitiendo el mismo discurso en loop como si nunca hubiese conocido otras palabras. sabés que todo esto es culpa tuya. vos y tu puta manía de arruinar absolutamente todo lo que tenés entre tus manos. no te das cuenta de que sos una carga para todo el mundo. por qué no hacés las cosas bien de una vez. y hubo días en los que un remolino interior apenas me dejaba escuchar nada más que la música que salía de los auriculares. razón por la cual reproducía canciones ruidosas que sonaran más fuerte que todo lo demás. solo quería descansar. quería dejar de sentir que cada minuto del