Despierto envuelta en las cobijas y con una jaqueca que me atraviesa el cráneo como si hubiera recibido un hachazo.
Resaca. Maldigo por lo bajo mientras me incorporo y camino al baño. Cada paso que doy me retumna en la cabeza y lucho contra el impilso de vomitar que me ataca al cepillarme los dientes.
Esquivo mi propia mirada en el espejo. No quiero ni ver qué pinta tengo. No consigo recordar la secuencia de la noche anterior.
Hago un esfuerzo y una imagen consigue formarse en mi mente. Estoy subierndo la escalera a los trompicones con una mano dentro del bolso intentando dar con la llave de mi departamento.
La imagen queda en negro, nada más parece querer asomarse para darme pistas de cómo fuer que llegué a mi casa sana y salva.
Algo dentro de mí se retuerce. Una especie de nudo se me ha formado en el pecho. Una sensación de pánico me embarga y temo por primera vez desde que desperté por las cosas de las que pude haber sido capaz a altas horas de la madrugada y bajo los efectos de varios vasos de alcohol.
Descarto la idea. No estaba tan ebria ¿o sí?
Me sorprendo a mí misma en medio de la cocina con el frasco de café en la mano. Estoy funcionando en modo automático.
No quiero ni pensar en mi celular, descargado, en el fondo del bolso ¿A cuántas personas habré llamado en ese estado deplorable? ¿Cuán en ridículo me puse?
Comienzo, temerosa y despacio, a enumerar los acontecimientos de la noche anterior en mi mente.
El equipo ganó el primer partido en una gran temporada ayer, y estábamos tan exhultantes de alegría con mis compañeras que decidimos salir de fiesta para celebrar.
Dije que no un par de veces, no tenía ganas de salir hacía varias semanas con el equipo. Siempre tenía que ir Lara. Ella y sus ojos azules tenían que ir y arruinar mi noche. Esos ojos que no me veían más que como una compañera, una amiga en la cual confiar.
Además, siempre era yo la única que cometía el acto noble de la noche y la acompañaba a casa escuchándo sus quejas y llantos por Sebastián, su novio, quien confiaba en que su novia llegara, a pesar de su estado nefasto, sana y salva a casa bajo mi cuidado.
Ahí tenía. Su novio confiaba en mí más que en nadie y eso era porque no tenía la más mínima idea de los efectos que Lara tenía en mí.
Sin embargo, a pesar de mi reticencia a salir, fueron justamente esos ojos tan azules los que me hicieron ceder.
Recuerdo que, en principio, la odié porque haberme convencido y me odié a mí misma porque Lara fuera mi punto débil. Pero la había odiado aún más cuando pasó a buscarme de camino a lo de Florencia y noté que llevaba un vestido que dejaba sus piernas al descubierto y se veía más hermosa que nunca.
Entonces, una vez reunidas en la casa de ellas, fue cuando comencé a tomar para olvidarme de todo y tomé tanto que me olvidé de más.
Un flash. Intento mantenerme seria mientras pasamos la seguridad al entrar a la disco. Está llenísimo, la pista no da a basto de gente bailando al ritmo de la música. Todavía tengo equilibrio suficiente como para no caer cuando una de las chicas me toma por el brazo y me arrastra hasta la barra. Antes de poder protestar, me ponen un vaso delante, y la situación se repite dos veces más. Bebo sin rechistar y todo se vuelve negro nuevamente.
Preparo un café y camino hasta mi cuarto dispuesta a cargar mi celular. Al levantar la ropa del suelo en busca de mi bolso tropiezo con mi cuaderno en el que anoto todo a manera de diario ¿Qué hace en el suelo? Yo recuerdo haberlo dejado en el escritorio ayer por la tarde.
A menos que...
Niego el hecho de haber escrito la crónica de la noche ebria a las seis de la mañana. Veo dudosa la posibilidad de sostener una birome en el estado en que me encontraba.
Otro recuerdo me asalta la mente. Suena Desire, una canción que no dejo de cantrar hace semanas y que me recuerda a Lara. La gente salta cuando llega el estribillo y las luces de colores me marean, pero no dejo de cantar la canción a los gritos. Alguien se ríe de mis gestos al bailar y yo los exagero a propósito. Me toman de la cintura por detrás y continúo moviendo las caderas al ritmo de la música.
No puedo seguir recolectando fragmentos, nada viene a mi memoria.
Coloco el cuaderno bajo el brazo y enchufo el celular a la toma de corriente. No quiero imaginar las fotos que deben circular de anoche. Me cubro los ojos avergonzada, me asciende el calor por el rostro de sólo revivir mis movimientos. Qué desastre. No puedo ser tan patética.
De pie junto al cargador tengo el teléfono en la mano y espero a que colapse cuando se conecta a internet por el aluvión de mensajes que no entraron cuando estaba apagado.
El grupo del equipo hace que el aparato se congele. Y, cuando vuelve a funcionar, cuatroscientos mensajes de whatsapp reclaman ser leídos. Los ignoro y sigo con la lista: mi madre me envió un mensaje preguntando si iría a almorzar con ella y, luego de echar un vistazo a la hora en la pantalla, tecleo una respuesta afirmativa. Tengo tres mensajes de tres personas diferentes que preguntan cómo llegué y si no me violaron en el camino. Otro grupo más, ciento cincuenta mensajes extra que decido pasar por alto. El último chat me detiene el corazón, son séis mensajes de Lara. Detengo mi pulgar a unos centímetros de la pantalla unos segundos mientras mordisqueo las uñas de la otra mano. Finalmente abro el mensaje y lo que leo me deja helada.
Hola Caro ¿cómo llegaste? ¿no te pasó nada? Tenemos que hablar
Por favor llamame cuanto antes
Sabé que no fue mi intención que pasara nada
No me odies, por favor. Habíamos tomado mucho
Fue un accidente
Tengo una maraña de sentimientos que me alteran. No estoy segura de qué pasó. Me niego a hacer conjeturas. Recuerdo que mi cuaderno todavía está bajo el brazo y lo abro rápidamente. Busco la última página, con la esperanza de que lo que haya escrito sea lo que tengo en la memoria de haber escrito ayer. Una letra temblorosa recita una frase a la mitad de la hoja blanquísima.
"BESÉ A LARA. UNA Y OTRA VEZ. LE DIJE QUE ME GUSTABA. FUERON LOS MEJORES BESOS DE TODA MI VIDA. Y ELLA ME DIJO QUE FUERON LOS SUYOS TAMBIÉN."
No consigo alegrarme lo suficientemente rápido. Arruiné todo. Me llevo las manos a la cabeza al soltar el cuaderno. ¿Cómo la voy a mirar después de esto? Me quiero morir.
Y, de golpe, comienzo a recordar fragmentos de la noche. Lara bailando conmigo, mi mano en su cintura. Nuestros rostros cada vez más cerca mientras me observa con una expresión divertida, como desafiante. Y quiero besarla, es más, no quiero, tengo la imperiosa necesidad de hacerlo. Tomo a Lara por el cuello y su sonrisa se ensancha. Los ojos le brillan, vidriosos, por el efecto del alcohol. Nos besamos. Y sí, no quiero admitirlo, pero es el mejor beso de toda mi vida.
La razón intenta pincharme la ilusión varias veces "Tiene novio", "No le gustan las mujeres", "Son amigas". Ignoro cada uno de los comentarios. Nos besamos toda la noche entre canción y canción.
Sin darme cuenta, me recosté en la cama mientras pensaba. Qué bochorno. Qué desastre.
Suena mi celular y salto asustada. La pantalla se ilumina con el nombre del contacto y atiendo sin titubear. Me tiemblan las manos.
- ¿Hola?
- Caro, es Lara. Perdón que te moleste, pero estoy abajo. Hay un par de coas que tenemos que hablar.
- Ahí te abro, Lari.
- Dale, te espero.
Busco la llave y bajo las escaleras de a dos escalones. Cuando llego a la puerta, no sé si el calor que siento es por la carrera o por la vergüenza.
No nos saludamos, la hago pasar. Me toma del brazo antes de que comience a caminar por el pasillo.
- Caro, no sé si te acordás, pero chapamos. Y no puede volver a pasar.
Resaca. Maldigo por lo bajo mientras me incorporo y camino al baño. Cada paso que doy me retumna en la cabeza y lucho contra el impilso de vomitar que me ataca al cepillarme los dientes.
Esquivo mi propia mirada en el espejo. No quiero ni ver qué pinta tengo. No consigo recordar la secuencia de la noche anterior.
Hago un esfuerzo y una imagen consigue formarse en mi mente. Estoy subierndo la escalera a los trompicones con una mano dentro del bolso intentando dar con la llave de mi departamento.
La imagen queda en negro, nada más parece querer asomarse para darme pistas de cómo fuer que llegué a mi casa sana y salva.
Algo dentro de mí se retuerce. Una especie de nudo se me ha formado en el pecho. Una sensación de pánico me embarga y temo por primera vez desde que desperté por las cosas de las que pude haber sido capaz a altas horas de la madrugada y bajo los efectos de varios vasos de alcohol.
Descarto la idea. No estaba tan ebria ¿o sí?
Me sorprendo a mí misma en medio de la cocina con el frasco de café en la mano. Estoy funcionando en modo automático.
No quiero ni pensar en mi celular, descargado, en el fondo del bolso ¿A cuántas personas habré llamado en ese estado deplorable? ¿Cuán en ridículo me puse?
Comienzo, temerosa y despacio, a enumerar los acontecimientos de la noche anterior en mi mente.
El equipo ganó el primer partido en una gran temporada ayer, y estábamos tan exhultantes de alegría con mis compañeras que decidimos salir de fiesta para celebrar.
Dije que no un par de veces, no tenía ganas de salir hacía varias semanas con el equipo. Siempre tenía que ir Lara. Ella y sus ojos azules tenían que ir y arruinar mi noche. Esos ojos que no me veían más que como una compañera, una amiga en la cual confiar.
Además, siempre era yo la única que cometía el acto noble de la noche y la acompañaba a casa escuchándo sus quejas y llantos por Sebastián, su novio, quien confiaba en que su novia llegara, a pesar de su estado nefasto, sana y salva a casa bajo mi cuidado.
Ahí tenía. Su novio confiaba en mí más que en nadie y eso era porque no tenía la más mínima idea de los efectos que Lara tenía en mí.
Sin embargo, a pesar de mi reticencia a salir, fueron justamente esos ojos tan azules los que me hicieron ceder.
Recuerdo que, en principio, la odié porque haberme convencido y me odié a mí misma porque Lara fuera mi punto débil. Pero la había odiado aún más cuando pasó a buscarme de camino a lo de Florencia y noté que llevaba un vestido que dejaba sus piernas al descubierto y se veía más hermosa que nunca.
Entonces, una vez reunidas en la casa de ellas, fue cuando comencé a tomar para olvidarme de todo y tomé tanto que me olvidé de más.
Un flash. Intento mantenerme seria mientras pasamos la seguridad al entrar a la disco. Está llenísimo, la pista no da a basto de gente bailando al ritmo de la música. Todavía tengo equilibrio suficiente como para no caer cuando una de las chicas me toma por el brazo y me arrastra hasta la barra. Antes de poder protestar, me ponen un vaso delante, y la situación se repite dos veces más. Bebo sin rechistar y todo se vuelve negro nuevamente.
Preparo un café y camino hasta mi cuarto dispuesta a cargar mi celular. Al levantar la ropa del suelo en busca de mi bolso tropiezo con mi cuaderno en el que anoto todo a manera de diario ¿Qué hace en el suelo? Yo recuerdo haberlo dejado en el escritorio ayer por la tarde.
A menos que...
Niego el hecho de haber escrito la crónica de la noche ebria a las seis de la mañana. Veo dudosa la posibilidad de sostener una birome en el estado en que me encontraba.
Otro recuerdo me asalta la mente. Suena Desire, una canción que no dejo de cantrar hace semanas y que me recuerda a Lara. La gente salta cuando llega el estribillo y las luces de colores me marean, pero no dejo de cantar la canción a los gritos. Alguien se ríe de mis gestos al bailar y yo los exagero a propósito. Me toman de la cintura por detrás y continúo moviendo las caderas al ritmo de la música.
No puedo seguir recolectando fragmentos, nada viene a mi memoria.
Coloco el cuaderno bajo el brazo y enchufo el celular a la toma de corriente. No quiero imaginar las fotos que deben circular de anoche. Me cubro los ojos avergonzada, me asciende el calor por el rostro de sólo revivir mis movimientos. Qué desastre. No puedo ser tan patética.
De pie junto al cargador tengo el teléfono en la mano y espero a que colapse cuando se conecta a internet por el aluvión de mensajes que no entraron cuando estaba apagado.
El grupo del equipo hace que el aparato se congele. Y, cuando vuelve a funcionar, cuatroscientos mensajes de whatsapp reclaman ser leídos. Los ignoro y sigo con la lista: mi madre me envió un mensaje preguntando si iría a almorzar con ella y, luego de echar un vistazo a la hora en la pantalla, tecleo una respuesta afirmativa. Tengo tres mensajes de tres personas diferentes que preguntan cómo llegué y si no me violaron en el camino. Otro grupo más, ciento cincuenta mensajes extra que decido pasar por alto. El último chat me detiene el corazón, son séis mensajes de Lara. Detengo mi pulgar a unos centímetros de la pantalla unos segundos mientras mordisqueo las uñas de la otra mano. Finalmente abro el mensaje y lo que leo me deja helada.
Hola Caro ¿cómo llegaste? ¿no te pasó nada? Tenemos que hablar
Por favor llamame cuanto antes
Sabé que no fue mi intención que pasara nada
No me odies, por favor. Habíamos tomado mucho
Fue un accidente
Tengo una maraña de sentimientos que me alteran. No estoy segura de qué pasó. Me niego a hacer conjeturas. Recuerdo que mi cuaderno todavía está bajo el brazo y lo abro rápidamente. Busco la última página, con la esperanza de que lo que haya escrito sea lo que tengo en la memoria de haber escrito ayer. Una letra temblorosa recita una frase a la mitad de la hoja blanquísima.
"BESÉ A LARA. UNA Y OTRA VEZ. LE DIJE QUE ME GUSTABA. FUERON LOS MEJORES BESOS DE TODA MI VIDA. Y ELLA ME DIJO QUE FUERON LOS SUYOS TAMBIÉN."
No consigo alegrarme lo suficientemente rápido. Arruiné todo. Me llevo las manos a la cabeza al soltar el cuaderno. ¿Cómo la voy a mirar después de esto? Me quiero morir.
Y, de golpe, comienzo a recordar fragmentos de la noche. Lara bailando conmigo, mi mano en su cintura. Nuestros rostros cada vez más cerca mientras me observa con una expresión divertida, como desafiante. Y quiero besarla, es más, no quiero, tengo la imperiosa necesidad de hacerlo. Tomo a Lara por el cuello y su sonrisa se ensancha. Los ojos le brillan, vidriosos, por el efecto del alcohol. Nos besamos. Y sí, no quiero admitirlo, pero es el mejor beso de toda mi vida.
La razón intenta pincharme la ilusión varias veces "Tiene novio", "No le gustan las mujeres", "Son amigas". Ignoro cada uno de los comentarios. Nos besamos toda la noche entre canción y canción.
Sin darme cuenta, me recosté en la cama mientras pensaba. Qué bochorno. Qué desastre.
Suena mi celular y salto asustada. La pantalla se ilumina con el nombre del contacto y atiendo sin titubear. Me tiemblan las manos.
- ¿Hola?
- Caro, es Lara. Perdón que te moleste, pero estoy abajo. Hay un par de coas que tenemos que hablar.
- Ahí te abro, Lari.
- Dale, te espero.
Busco la llave y bajo las escaleras de a dos escalones. Cuando llego a la puerta, no sé si el calor que siento es por la carrera o por la vergüenza.
No nos saludamos, la hago pasar. Me toma del brazo antes de que comience a caminar por el pasillo.
- Caro, no sé si te acordás, pero chapamos. Y no puede volver a pasar.
Escrito el jueves 30 de junio de 2016.
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